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Me lancé, me caí, me sacudí y...

Hay muchas cosas que comencé a hacer ya grandecita. Por muchísimas razones. Entre ellas está el hecho de haber crecido en un pequeño pueblo fronterizo, donde en mi infancia, las actividades de formación extra académicas eran bastante limitadas. Vale la pena acotar que amo aquel lugar, con sus amaneceres de 29 grados y sus caras siempre tan amables y conocidas.

Pero hubo cosas a las que descubrí su encanto a mis 34 años, como hacer gimnasia. Gimnasia acrobática. La cual, de paso, es complemento perfecto para el baile. Sobretodo en las categorías de cabaret. Este estilo de show implica figuras aéreas y yo, que he sido una "cuarto bate" toda la vida, sufría muchísimo por conseguir pareja que se animara a soportar e impulsar este cuerpito. Y si a todo esto le sumaba el miedo, pues pesaba el doble.

Busqué un sitio, un instructor y un horario que me funcionara pues mi franja laboral comenzaba a la 1pm cada día. Entonces, me arremangue la camisa y decidí inscribirme.

Fue una de las mejores decisiones que he tomado. Eso es adrenalina pura. Una adicción sana que complementa de manera armoniosa mi pasión por bailar.

Saltas, entrenas. Corres, entrenas. Te ríes, entrenas. Todo lo que sucede en esas ligas de gimnasia llevan entrenamiento seas o no consiente de ello. Fortaleces increíblemente y de paso enfrentas tus miedos. Así, sin preámbulos ni mimos. Crudo y de frente.

Del grupo de compañeros que iniciamos, yo era la mayor, como casi siempre. Y aunque sigo aprendiendo, ya no con la misma frecuencia, conseguí hacer el famoso "mortal adelante". Dicha figura consiste en impulsarte desde el suelo, la colchoneta, la cama elástica o el minitram, hacia arriba y hacia adelante. Agrupar todo el cuerpo y rotar velozmente para incorporarte antes de llegar al suelo y conseguir caer de pié.

Evidentemente, antes de lanzarse y partirse la cabeza o romperse la nuca, los ejercicios educativos previos llevan su tiempo y esfuerzo. Lo más importante es la técnica, aunque conseguirla es como emprender una caminata en busca del Arca de Noé...no mentiras! No tanto. Pero para quiénes nos demoramos unas décadas en hacer estas cosas, la analogía es válida.

El día que por fin roté, y no como buñuelo (así le decía mi profesor a la rotación lenta que siempre hacia), fue sobre el minitrampolin. La estructura de acero, que cuenta con un pequeño cuadro central de material elástico donde se debe pisar con fuerza para salir disparado hacia arriba y realizar tu acrobacia. Obviamente llevaba meses intentándolo y cayendo desparramada en la colchoneta. Pero aquel fue un día diferente. Uno en donde las estrellas se alinean aunque no lo sepas para que las cosas te resulten, porque ya tienen compasión de tí y tus muchos tortazos.

Entonces, corrí, y pisé el diminuto cuadrito elástico con toda la pasión, el amor y el odio que sentía por no haber logrado esa bendita figura. Y de repente...Lo logré! La entendí por fin! Tuve una especie de revelación gimnástica. Y brinqué de dicha.

Y volví a mi fila para volver a hacer semejante hazaña. La que me había extraído la energía durante tantos meses y hecho derramar casi, sudor con sangre. Y me volví a lanzar. Pero esta vez hubo alguna cosa que me salió un poco mal y caí sentada/acostada sobre la colchoneta, y sobre algo más. Cuando me ubiqué y me senté correctamente en la esquina de la colchoneta a pasar un poco el trago amargo, me miré las manos y vi que algo estaba un poco fuera de lugar.

Sorpresivamente, el dedo meñique de mi mano izquierda, señalaba hacia la izquierda en vez de hacerlo hacia arriba como el resto de sus hermanitos. Mmmmm...Me partí un dedo, pensé! Y así se lo manifesté mi profesor. El cual se encontraba lo suficientemente retirado de mi lugar, como para escucharme pero no ver la condición actual de mi dedo.

En ese instante se atropellaron las ideas y recuerdos en mi cabeza. Como las partículas de neón en una lámpara fluorescente. Entonces, sirvieron de algo las muchas serías televisivas sobre médicos y hospitales que tanto me ha gustado ver. Donde siempre arreglan las fracturas lo más pronto posible y así evitar el inmenso dolor que se genera después que la adrenalina ha bajado. Y con mi dosis normal de locura y mucha decisión, tomé mi dedito con mi mano derecha, lo halé y lo volví a poner en su sitio. Acto que para mi fortuna no dolió como llegué a imaginar.

Pude volver a cerrar completamente mi mano izquierda y reflexioné: una fractura duele muchísimo (dice la gente, yo nunca me he partido ningún hueso, aunque muchas veces he estado a punto), si logré colocar nuevamente el dedo sin doblarme del dolor, quiere decir que no me lo partí. Y por los siguientes 60 minutos continúe entrenado por varias razones. La primera, y más importante, es que por fin conseguí hacer el mortal! Estaba demasiado feliz como para detenerme a llorar por un dedo que se salió pero que logré volver a su sitio. Y la segunda, porque como nadie estaba cerca para verme, no me creyeron lo que me pasó. No en ese momento. Así que continué.

Al finalizar el entrenamiento, siempre debíamos hacer unas abdominales con discos de peso. Y como ya había bajado un poco la emoción, y casi no podía mantener el disco en mis manos, empecé a reír nerviosamente y a contarle a mis compañeros lo que me había sucedido. Cuando los nervios se apoderan de mi, río de forma imparable hasta que mis ojos sueltan lagrimas. Una amiga, que sí conoce es característica mía, entendió que efectivamente todo lo contado era cierto! Me había sacado un dedo y vuelto a acomodar!

Obviamente, para cuando estaba ya laborando ese día mi pobre dedo tenía el aspecto de una colombina, hinchado y rojo. Improvisé una entablillada gracias a unos tutoriales que conseguí en Youtube. Sé que debí ir a ver un doctor, pero de solo pensar en las horas de espera para que luego me dijeran que debía parar de entrenar, preferí abstenerme.

Aunque hoy, luego de casi 8 meses mi dedo aún sigue con el nudillo más grueso que los demás y cierra con un tris de esfuerzo, considero de todo corazón que mi sentido de conservación muchas veces se me extravía un poco y que mi umbral alto del dolor hace que la prudencia manifieste ausencia con regularidad en mis actos, pero ese día fue excepcional. No solo logré una acrobacia a pesar de los muchos temores que manejaba para aquel momento, sino que además osé, luego de verme maltrecha, a arreglarme solita.

Que buena moraleja me dejó todo aquello. Supe que soy más fuerte de lo que pensaba. Me recupero cada vez más rápido y continúo enfocada en seguir entrenando. Me sacudo el polvo y respiro hondo, para volverlo a intentar. Sigo trabajando en mi felicidad. En seguir haciendo que mi corazón lata a grandes velocidades y mi sonrisa continúe mostrándose a todos los que están cerca de mí. A todos los que disfrutan de la vida como yo.


Mónica Velásquez

Vivir en monotonía es una elección, pero no la mía. 

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