De vivir en la nevera
Y llovió, y obviamente me mojé!
Esas son las pequeñas pérdidas de la grandes ganancia. Pero a pesar de los charcos, los ojos que no logran enfocar por las gotas, y los zapatos emparamados, es divertido. Lo que me hizo recordar que un par de años atrás, un sábado por la tarde, estaba trabajando en la academia. Una amiga paso a saludarme y ella que entra y el cielo que se rompe. Dios! Parecia esa escena de Piratas del Caribe en el que el mundo se voltea y les cae encima el agua del mar. Así de fuerte llovía.
No granizó, pero las gotas eras tan gigantes y poderosas que atropellaban los techos y los cuerpos sin piedad alguna. Mientras con cara de pocos amigos mirábamos cómo se iba formando un pequeño río en nuestra acera, mi amiga dijo: deberíamos ir afuera y mojarnos. Eso fue como el refrán de mi tierra, "usted dice salte y yo solo pregunto que tan alto". Ni siquiera considere la posibilidad de un resfriado, del horario laboral, del aspecto que debe tener y mantener la administradora de una empresa, del que pasaría después cuando los alumnos salieran de clase. Como poseída, empecé a bajar el cierre de mis botas con brillo en los ojos y hacer de mis medias unas pelotas de trapo.
Salimos cual infantes a la calle. No por donde pasan los carros, para evitar riesgos estúpidos e innecesarios, sino lo suficientemente lejos de la puerta para que el líquido transparente y celestial nos mojara hasta donde nunca nos llega el sol.
Nos reímos a carcajadas como tontas, como niñas, como locas, como seres felices en medio de un sinfín de rostros refunfuñones que corrían hacia un lado y el otro escapando de manera desesperada de la implacable lluvia. No habremos estado allí más allá de 10 minutos los suficientemente intensos para aún recordarlo con añoranza y sonrisa incluida, el frío era inclemente y nos acobardó al rato. Pero fue como una restregada con jabón al alma, que luego de ello quedó limpia, ligera y liberada.
Ahora que ando en bici, hace apenas 3 meses, se han venido generando algunos cambios en mí. Los mismos no solo son físicos, aunque he bajado de peso, sino además ha ido transformándose mi manera de percibir algunas cosas. Andar en este vehículo en una ciudad como Bogotá tiene sus pro y sus contras, como todo en la vida. Aunque a mi parecer, son más las cosas positivas que las negativas.
Si comienzo por las "no tan chéveres" estaría la probabilidad constante de lluvia que te mantiene alerta y rogando al cielo que no decante el contenido de sus nubes, y las pequeñas imprudencias de algunos conductores de automóviles y motocicletas. Esto es Bogotá, D.C., es la nevera (como la llamamos en casa), el frío y la lluvia siempre están esperándote a la vuelta de cualquier esquina.
Por el contrario, la positivas son un montón! A nivel salud se hace constantemente actividad cardiovascular, las piernas y el abdomen se fortalecen, los poros sacan las impurezas de la piel y te aumenta la capacidad pulmonar. A nivel emocional, todo mejora. Consigues conocerte más, piensas con mayor claridad y tienes más tiempo con la persona más importante de tu vida. Reconoces las alertas de tu cuerpo. Las gotas de sudor que resbalan por tu espalda justo cuando te detienes en una esquina. El esfuerzo de cada musculo depende del estado de la vía o del tráfico. Si es pendiente o bajada, y un sinfín de cosas por el estilo. Es como si te lograras conectar más contigo mismo.
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Un día, vía a ensayo, frené en un semáforo. Y algo, mi yo interior, al levantar la cabeza para esperar el cambio de rojo a verde, me dijo: Detente y mira! Mira la vida llena de colores que se exhibe ante tus ojos, a tu alrededor, sobre tí.
Para eso sirven los semáforos que rigen nuestra existencia. Cuando sientes que no avanzas, que estás estancado, es porque de pronto, necesitas hacer un alto y observar, oler, saborear, sentir, escuchar, aprender, y comenzar a vivir viviendo, amando, sonriendo, agradeciendo.
Son las cosas tontas que no suceden si estas en un carro, o en un autobús No subes la mirada, no prestas atención. Por lo general, al conductor del carro el semáforo le da pié para revisar el celular o para cambiar la emisora, pero no para mirar el cielo, no para percibir el movimiento de las ramas de los árboles, no para sentir como entra el aire en sus pulmones,como si nada estuviese allí para nuestro disfrute.
Y, aunque reconozco que debo hacerme de una chaqueta impermeable casi con urgencia, agradezco hoy poder andar en dos ruedas, con la potencia que mis piernas dan. Porque sentir el aire en la piel, o las gotas de agua resbalar por el rostro, me recuerdan que aún continúo en esta aventura, que aún estoy viva.