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Me corre por las venas, después de todo

Como nací y crecí en otro país, no conozco muy bien los gustos de todas las personas de mi familia. O por lo menos no, de la parte que siempre ha vivido en Medellín, es decir, de la mayoría.

He adorado bailar desde que tengo conciencia de mi existencia, aunque hasta hace apenas 4 años lo hago con disciplina. Y desconocía si a alguien, por parte de padre o madre, también les gustaba hacer esto.

Supe que hubo un hermano de mi abuelo materno, quién fue artista plástico y además escritor. Diseñadores, comerciantes, relojeros, joyeros, ajedrecistas, ingenieros, mecánicos y otras profesiones, son las que se podrían conseguir entre los personajes que conforman mi árbol genealógico.

Papá, por ejemplo, tenía dos pies izquierdos. Cuando de azotar baldosa se trataba, no era malo, era terrible! Tortuosa y eterna se hacía la canción que él decidiera bailar con uno. Era de esos que te atropellan con la panza y aletean con el codo derecho. También supongo, que nunca le interesó mucho, pues esa actividad la habrá realizado conmigo como tres veces en su vida. Entonces no contaba con la maestría que da la práctica dirigida y constante.

Por el contrario mamá siempre ha bailado con elegancia y gracia, sonriente y con cadencia y hasta se puede ver aún que le brillan los ojos al hacerlo. Aunque solo lo hace en eventos sociales. No academias, no profes. Fue ella quien me explicó, estando muy niña como se bailaba un vallenato. Con paso sencillo y doble. Y mis hermanas salvaron mis fiestas de adolescente enseñándome los pasos más básicos de la salsa. Oh! Cuanto les agradezco este gesto.

Hace un año viajé a Medellín a celebrar el aniversario del hermoso noviazgo (20 años) de mi hermana mayor y mi cuñado. Fue toda una experiencia emocionante, llena de hallazgos y conocimiento de afinidades. Después de adulta, los viajes a la ciudad de mis padres, siempre han sido relámpagos. Un día, máximo tres. Pero siempre corriendo y por algún evento familiar al que no debía faltar. Dicha velocidad no me permitía conocer un poco más a quienes amo. Pero fue en esa fiesta que descubrí que no solo a mi me gusta esto de mover el bote constantemente al ritmo de la salsa y la bachata!

Cuando culminó la hora de la comida, posterior a la sesión de fotos, desocuparon medio salón. Tal espacio sería destinado a ser la pista para todos aquellos de osaran pasar al frente. Mi hermana mayor, como buena anfitriona, abrió bailando Porro antioqueño con su novio eterno. Pero de que manera! Yo no paraba de mirarlos absolutamente sorprendida. Que cadencia. Que pasos. Que era esto??? No tenía idea que bailaban tan bien. Luego, los acompañó mi única tía, con uno de sus hijos. Y lo hacían al mismo nivel!

Cómo es que desconocía de manera absoluta la fascinación de estos seres por el baile? Lo hacen hace mucho tiempo. Sí, de profes y academias. De ir a lugares de bailarines para practicar. Estuve anonadada toda la noche. Mi corazón latía de emoción. Había encontrado por donde venía la vena (como dicen los viejos), y era curioso que fuera por el lado de mi papá. Me sentía como cuando de niña acompañaba a mamá y a sus amigas a las fiestas y presentaciones de tango, donde me quedaba en las mesas o me sentaba en el piso absorta, mirando los pies de la gente.

Aún amo ver bailar. Sobretodo a quienes no solo lo hacen bien, sino quienes lo disfrutan. Quienes desbordan alegría y buena vibra cuando lo hacen. Quienes se conectan con la música y con sus parejas. Quienes sonríen durante esos bellos 3 o 4 minutos que dura la canción que los hizo pararse de la mesa. Quienes como yo, son felices al hacerlo.

De niña pensaba que la música en la radio tenía magia. Solía decirle a mamá que a la radio no le importaba tu edad, ni si tenías dinero o no. Solo llegaba a oídos de todos. Fuese el radio cuadrado con pilas de un vigilante, o el super estéreo en el despacho de un abogado. Todos tenían la oportunidad y el derecho de gozar del sonido de una melodía que pusiera la dial que más les gustara.

Ahora bailo. Y lo he hecho en muchos sitios, no solo en salones de clase o discotecas. También en estadios, calles, casas, y cualquier lugar donde la música y el parejo se atrevan a acompañarme. He confirmado que la danza es un lenguaje universal. Que transmite emociones y sentimientos, sin importar que idioma hablamos, ni si nuestro continente es diferente.

Soy tan afortunada que he podido bailar, sobretodo salsa, con franceses, alemanes, holandeses, chinos, rusos, brasileros, italianos, argentinos, estadounidenses; y no ha importado nada más allá que el amor por ello. Es ahí cuando sientes que eres un habitante del mundo, tan sencillo y majestuoso como eso.

Así que al hipotético lector de este blog lo invito a atraverse a sacar a bailar. Seas mujer o hombre. No nos quedemos sentados en la mesa viendo como los demás se divierten por miedo a un breve rechazo. No nos quedemos viendo como la vida se nos pasa y se nos acaba la canción. Osemos a bailar. Osemos a vivir!


Mónica Velásquez

Vivir en monotonía es una elección, pero no la mía. 

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