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Café? Sí, por favor!

Hoy puedo decir que disfruto de tomar cafecito, sobretodo si incluye una buena charla y una excusa para compartir anécdotas con mis amigos. Pero el día que no tomo café, no pasa nada. Normal. Sin lío. Por lo que el pasado fin de semana, le dije no un café! En que estaba pensando!? Ah sí, en las veces que lo acepté en ese vuelo y no alcancé a beberlo antes del aterrizaje, por el poco tiempo que se pasa en el aire. Era tan solo un trayecto de 30 minutos! En cambio mi hermana, muy sabiamente lo aceptó con una amplia sonrisa y pidió doble crema.

El vuelo estaba pautado para salir a 1:00 pm. Y salió puntual. Obviamente tocó madrugar para subir al aeropuerto, el cual esta a una hora y media de la ciudad. Desayuno pequeño por las curvas del trayecto. Fueron muchas las oportunidades en que vi salir el contenido de mi estomago en el recorrido Medellín- Rionegro, cuando era niña. Entonces entre menos tenga mi pancita, es mejor para mi y para todos los que me acompañan.

Con lo que no contaba era con el viento que rugía ese lunes, cual lobo en luna llena, y que no nos dejó aterrizar en nuestro destino, a pesar de los dos intentos fallidos que realizó el habilidoso piloto. En ese proceso pasaron una hora diez minutos más de lo normal. Era medio día! Soñaba con llegar a almorzar a la Nevera. Dios! Mi estomago parece de nacionalidad suiza!

Desde la universidad, quién me conocía, sabía que mi vicio oficial era el café. Lo amaba y aún amo. Desde el curso introductorio creé fama porque siempre llegaba a clase de 7:00 am con el vaso de mi amado oscuro y humeante en las manos. Incluso, aunque aquello implicara que llegase unos minutos tarde o con los dedos colorados por la alta temperatura y las largas distancias entre los edificios de mi querida UNET.

Si alguno de mis amigos deseaba reunirse conmigo para conversar o para pedirme algún favor, sabían que me convencían con la invitación de un guayoyo en cafetín con unas galleticas Club Social. La combinación es deliciosa y que caen bien sin importar la hora. Como buena hija de antioqueños, en casa ese preciado líquido nunca faltaba. Papá nos consentía en las mañanas, llevándonos a cada una la taza de café a la cama. Cómo adoraba ese gesto! Era como iniciar el día con un toque de magia lleno de amor paternal. Algunas veces lo tomaba con los ojos cerrados, para evitar que se enfriara y seguía durmiendo, si era un delicioso domingo.

Cuando hice pasantías, era fantástico hallar siempre la cafetera llena y tibia a toda hora en las oficinas de ingeniería. Y yo, era el monstruo consumidor aguerrido. Pasaba el tiempo, cambiaban las modas, murió el papa, los presidentes de otros países rotaron, en el mío dos se posicionaron sin conseguir sacar el último aún, salieron algunas canas en mi cabeza, pero la debilidad por aquella bebida que se obtiene de unas semillas tostadas y molidas, llenas de aroma, no cambiaba. Por el contrario, cuando comencé a laborar en la Nevera, con este clima, incrementé el consumo. Me tomaba hasta 8 tazas al día, en mis larguísimas jornadas laborales que incluían noches y fines de semana.

Entonces, un día caí en cuenta que me estaba excediendo, y decidí que lo dejaría. Años de relación entre el “negrito, con leche o marrón” y yo, iban a ser cortados de tajo, para mi salud presente y futura. Pero cómo lo lograría?

Todo es cuestión de determinación. Si deseas dejar un vicio, debes cortar su consumo totalmente y soportar la pelea de tu organismo que solicitará a gritos su ingesta. Sé que se lee como si fuese algo muy malo, pero dejarlo no fue sencillo. Pase 3 largos, infinitos, eternos meses diciéndole que no a cuanta invitación salía, y aguantando los dolores de cabeza, sobretodo matutinos, que me daban.

Ya lo disfruto sin necesitarlo. Cosa que me da un poco de orgullo. Soy grande y fuerte!

Aquel lunes entonces, nos devolvieron al puerto aéreo de partida. Nos tocó improvisar el almuerzo con un pastel de queso y salchicha, bastante caro y poco sabroso. Luego de casi dos horas de espera, nos volvieron a asignar un nuevo vuelo. Abordamos en el mismo orden y en las mismas sillas. Podría jurar que era hasta el mismo avión. Despegamos, y cuando la azafata paso con su carrito y su peinado delicado y bien hecho, la miré con amor y le dije: Sí, café por favor! Y con doble crema, como mi hermana!

No vuelvo a negarme una invitación con café. No tentemos al viento, el agua o el sol. Así que sigamos bailando y como dice la publicidad: Tomémonos un tinto y seamos amigos!

Notas:

Guayoyo: Café negro suave en Venezuela

Tinto: Café negro suave en Colombia


Mónica Velásquez

Vivir en monotonía es una elección, pero no la mía. 

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