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Mis familias extensas

Soy hija de emigrantes colombianos, puntualmente antioqueños. Como bien dice el dicho, "en todas partes del mundo hay un paisa" y mis padres no eran la excepción. Según mis cálculos, debió ser por la década de los 70's. Pasaron frontera y se radicaron unos 5 años en la capital de Venezuela, Caracas. Y es ahí donde comienza el fenomeno que me hace escribir este artículo.

Estando en aquella ciudad capitalina, el Miami sudamericano para aquel entonces, en un asunto no planificado aparecí yo en el panorama. Ya contaba con hermanas mayores, tres para ser exacta y un hermano. Recién nací, nos mudamos a aquel pequeño pueblo caluroso por donde entraron al nuevo país. Una población vecina a Cúcuta, llamada San Antonio del Táchira. Allí crecí.

Infancia, adolescencia y parte de la adultez se escribieron en las calles y veredas de aquel lugar, que es hoy el hogar de un millón y medio de habitantes, aproximadamente. Como buenos emigrantes, eramos pocos en el núcleo familiar. Mamá, papá, y mis dos hermanas inmediatamente mayores (los más grandes seguían en Medellín). Pero gracias a la genialidad de carácter de mi madre y el alma negociante de mi padre, hacer amigos era un asunto fácil para ellos. Cuando estuvieron en mi ciudad natal, mamá hizo muchas amigas, pero hay unas en particular que aún están en nuestras vidas. Entonces comienza a crecer la familia con la "madrina" Victoria y la "tía" Rosmery, las cuales adoramos.

En San Antonio, donde vivimos muchísimos años y aún esta la casa de mis padres, conseguimos más personas fantásticas que adoptamos o nos adoptaron como miembros extensivos de las familias. La tía Julia, mi mamá Delia, mamá Mery, mamá Nancy, nuestra hermana Francia, mi prima Claudia, y la lista de amigos y amigas que fueron como hermanos para cada uno de nosotros, podría ser interminable. Lo más maravilloso de todo, es como la vida va poniendo en nuestro camino ángeles que nos permiten caminar en compañía, aún estando mis padres lejos de su país y ciudad de origen.

Hoy somos nosotras (mis hermanas y yo) quienes salimos de Venezuela por obvias razones. Una de ellas se fue a Medellín con su familia y mi mamá. La otra y yo nos mudamos a Bogotá. Y entonces la historia se repite con la segunda generación. Ahora nos tocó a nosotras comenzar a formar hogar en el nuevo terruño. Luego de 6 años en la nevera, gozando de hermosas amistades creadas de la nada y una pareja maravillosa, que no me han dejado sentir sola o triste ningún día, puedo decir que mamá nos enseño a extender o ser la extensión de innumerables familias a donde sea que llegamos.

Quisiera dar un ejemplo de lo que hablo en este escrito. Mi hermana, la que se fue para Medellín (o en su caso se devolvió, pues allí nació), comienza su vida y la de su familia en un barrio muy cercano a donde vive el esposo de mi otra hermana. Y entonces desde la Navidad del 2016, fuimos invitados a pasar las festividades en la casa de una hermana de mi cuñado. Que enredo, pero así fue. En una noche de 24 de diciembre evidencié como fuimos recibidos con los brazos abiertos en aquel hogar, donde por tradición viven muy cerca hermanos, sobrinos, primos, abuelos y nietos. Casi todos a unas cuantas cuadras o a unas cuantas casas. Entonces, reunirse para una celebración o en caso de emergencia es supremamente fácil y de paso lo acostumbrado.

Para la navidad del 2017, ya lo sentí diferente. Ya no veía a la familia de mi hermana como invitada, sino como miembro del equipo. Y por ende, yo me sentí tan a gusto, que es como si esta tradición formara parte de nuestra historia desde siempre. Respeto, amor, abrazos, bienvenidas, obsequios y anécdotas contadas o recordadas de la navidad anterior, formaron parte del compartir, tanto en la noche del 24 como la de 31 en aquel barrio llamado Belén La Nubia. Toda esta unión surgió gracias a mi hermana mayor y su eterno novio, quienes nos dieron entrada a esta bella familia. Pero la receptividad y la fraternidad fluyó en ellos como si nos conocieran de toda la vida. La cena, la oración, el baile, las risas. Todo fue mágico.

Para quienes tienen familias pequeñas o están lejos de sus países de origen, les puedo decir con toda seguridad, que no están solos o no lo estarán por mucho tiempo. Cuando menos pienses, serás la Familia Extensa de alguien o de muchos, como me pasó a mí y a los míos. Permitirse recomenzar sin aferrarse a lo que dejaste atrás, no es olvidar de donde vienes ni quienes son importantes en tu vida. Es saber que el mundo tiene mucho más para ofrecerte pese a la adversidad o al cambio de cultura. Como venezolana sé que duele dejar el país que amamos, por las condiciones en que se encuentra. Irnos de él, no es sinónimo de insensibilidad o indiferencia a la situación, sino de buscar oportunidad fuera donde haya calidad de vida o por lo menos recuperemos la dignidad, la fe en nosotros mismos y la esperanza.

A la danza le debo innumerables bellezas. Sensaciones, sentimientos, momentos, brillo, esplendor, pero sobretodo personas increíbles. Los amigos (la mayoría) y la maravillosa pareja sentimental que hoy tengo en esta ciudad, surgieron en torno al baile. Cómo no amarlo y agradecerle cada día. Cómo no dedicarle mis alegrías y mi fuerza.

Entonces los grupos en los que hoy bailo, aún con las diferencias pequeñas o grandes que existen entre los miembros, son mi familia. Es como si el nombre del grupo pasara a ser el apellido de cada bailarín (así guardamos los contactos en nuestros celulares). Lo que quiere decir que hoy cuento con tres apellidos más. Pues los muy talentosos bailarines de Vive&Goza Dance Studio son realmente importantes para mi. Ellos han creado en nuestra academia un ambiente de compañerismo y apoyo mutuo inigualable.

Los de Esfera Latina 3, B3M y mi pareja On1, son con quienes trabajo hombro a hombro por este sueño en común. Sudor, esfuerzo, anhelos, y muchísimas horas de entrenamiento arduo han creado un hermoso vinculo.

Gracias a todos aquellos que me han permitido entrar en sus vidas. Gracias por el apoyo, el respeto, la complicidad. Gracias por hacer que la soledad que hoy disfruto a ratos, es elegida y no duele. Por el contrario, la busco para hacer cosas como estas, para escribir, leer o filosofar. Gracias a todos y cada uno de ustedes que hoy me leen, porque son quienes han hecho posible que no pierda el brío, la sonrisa ni la fe. Gracias por ser también mi familia, mis hermanos y hermanas, mi apoyo, y por creer en mí desde el comienzo.

Cada lugar a donde llego, es un hogar potencial. Y en esta capital fría y soleada he encontrado mucho más de lo que llegue a imaginar. Gracias también a ti, Bogotá.


Mónica Velásquez

Vivir en monotonía es una elección, pero no la mía. 

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