Algunos días…solo nos queda danzar
Los golpes vienen de adentro hacia afuera. La implosión no se alcanza a percibir, y la asimetría se escucha desde el palpitar de un corazón roto que se fractura una y otra vez, que se desborona. La arritmia es sonora y desde esa melodía distópica e insurrecta, aturdidora, abrumadora, agobiante, asfixiante, extenuante… danzo.
¿Y si no tuviéramos cara, ni expresiones? ¿Y si la voz no emanara desde nuestra garganta y gritáramos en silencio? Empuñáramos las manos, y se nos contraen los dedos de los pies, y sientes como las vísceras se retuercen y por ende tu espalda. Y no hay formas bonitas que afloren de un nudo en las entrañas. Y no hay danza sutil que emerja de la decepción y la desesperación.
¿Las lágrimas incesantes buscan su salida y para qué las contengo? Ya de por si somos un cuerpo líquido, no necesito más fluido adentro. Abro la compuerta para que se desborde la represa, que ojalá arrastre la suciedad y la mala hierba, que limpie las calles de este cuerpo y las arrugas de mi rostro. Y desciendan en medio del temblor, del tiritar, de los mocos y la saliva, del movimiento involuntario de contracción y convulsión. Catarsis, explosión, desasosiego, abandono. Sin orientación, sin sentidos, con todos los sentidos. Desde los huesos, la piel, los cayos de mis pies, las heridas abiertas que pican y sangran, que desaparecen con el tiempo y aparecen en los días calurosos.
Y si danzamos entonces esta desolación, esta incertidumbre que muchas veces nos paraliza, la ira, la tristeza, el agobio. Y si irrumpimos y profanamos ese lugar de tensión. Y si buscamos la grieta del sentimiento para entrar por ahí o mejor, para dejar que la luz entre. Y si esa luz es la salvación. Con un ápice de ella tendríamos entonces para despertar nuevamente la esperanza.
Porque la danza no es solo la felicidad, porque deshumanizamos la danza creyendo que solo sucede cuando estamos en plenitud, en armonía y en belleza. La danza es humanidad. Es lo más humano y animal que existe entre las artes. Es lo más real. Viene de un cuerpo que se muestra, un cuerpo que se expone. Un cuerpo que teme y no teme a la vez. Un cuerpo osado. Un cuerpo que escucha y se escucha. Que pelea y se pelea.
“La danza es expresión” dice todo el mundo. Y porque entonces queremos ver solo una danza que expresa que “todo está bien”, que “todo va bien”, que todos los bailarines son felices. Cuando en nosotros habita también la penumbra. Y sí, usamos la danza para poder mostrar y demostrar algo. Entonces también normalicemos danzar ese lado oscuro, donde danzamos desde la furia, desde el desencanto, el error.
Dancemos desde lo que realmente somos, desde lo que vivimos. Y desde la carne y desde los huesos, desde la piel, y desde el aroma, desde el sudor, y el mal olor, Dancemos desde la ampolla, la sangre, la lesión.
Dancemos desde una cabeza rebozada de información, una cabeza que muchas veces nos juega en contra. Dancemos desde el sinfín de posibles responsabilidades impuestas y autoimpuestas, desde la necesidad de ser y hacer muchas cosas, y desde las ganas de no pararnos de la cama. Dancemos desde el alma, por más vacíos que nos sintamos. Dancemos desde el corazón, y desde el nudo en la garganta, desde la lagrima, desde la rabia, desde la piel arañada, desde la enfermedad.
Dancemos desde la mano que me soltó, la persona que me abandonó. Desde los nuevos amigos y la nueva familia, y desde las personas que amamos y desde las que nos hicieron daño, porque todo eso y todos ellos nos atraviesan. Porque todo eso y todos ellos me componen. Porque de todo eso y todos ellos estoy hecha y tú también.
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