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La danza y la escritura

Cuando hablamos de las bellas artes, nos referimos actualmente a la arquitectura, la escultura, la danza, la música, la pintura, la literatura, el cine y la fotografía. Si hiciera un zoom en cada artista que conozco y en mí misma, encontraría que por lo general cada uno llevamos atado más de una de ellas, como si no pudiéramos o quisiéramos sumergirnos en un solo y único mar. Y eso es hermoso.


El arte trae consigo una sensibilidad tan alta, particular y profunda, que muchas veces hace de sus representantes, personas complejas de comprender (pues ni ellos/ellas/elles) se comprenden así mismos. E incluso dentro de esta inadaptabilidad o negación a ser encasillados, es que aflora con mayor ímpetu el talento y la pasión.


A mí me gusta escribir, siempre me ha gustado. Es el primer contacto que tuve de niña con una actividad realmente liberadora. Con ella logro plasmar y organizar el sinfín de emociones que pasan como descargas eléctricas enloquecidas por mi mente y cuerpo. Por ello la he usado sin importar si alguien algún día llegase a leer mis disparates emocionales. Y aunque nunca estudié oficialmente literatura (debí hacerlo) hoy en día si estudio danza y noto con felicidad que ambos amores, quienes han sido mis más grandes aliados y han formado parte de mi estrategia para lograr ser y fluir, están más relacionadas de lo que jamás pensé.

Y fue en una clase asombrosa de una materia que curso este semestre, dictada por la directora de mi carrera Jenny Ocampo, que todo para mi tuvo sentido. Ella mencionó, y parafraseo, que la danza en un espacio de improvisación y creación, es como la escritura y los signos de puntación”… y de repente mi cabeza explotó. No podía creer lo que escuchaba y veía en ella y su danza.


Cómo vamos por las calles haciendo una historia fascinantemente escrita si darnos cuenta. Decía, que podíamos hacer pausas, tan cortas como comas o tan largas como puntos y aparte. Que al implementar inicios inesperados, es como si anexáramos una mayúscula, y que los movimientos más sutiles serían como posibles minúsculas. Y comencé a crear y a sentir, cómo la pluma de un poema no dicho emergía en el tiempo y el espacio, donde yo, performer y escritora decidía cómo y cuándo poner un signo de admiración, interrogación o meter entre paréntesis un movimiento que aclarase las dudas.


Entonces recordé las muchas veces que escribí frases sueltas, una tras otra, como haciendo un cadáver exquisito de mis dispersos, repentinos, a veces profundos y a veces superficiales, pensamientos. Porque no siempre debe tener sentido lógico todo lo que del alma procede o lo que el cuerpo danza. En algunas ocasiones solo aparecen en ti como humo de fogata estas sensaciones, llenándote de alguna emoción que te invade y entonces le permites ser, estar, presentarse ante tus ojos para mostrarte cuan capaz eres de conectarte con el hoy, el ayer, el mañana, el todo y la nada, a través de hilos invisibles que te recuerdan que formas parte de un universo magnánimo, donde además puedes danzar.


Y es ahora el momento de escribir nuestras historias en este lenguaje no verbal que conecta con todo y todos; donde la técnica va de la mano (debe ir de la mano) del sentir para transmitir y trascender. Donde podemos ser aire y tierra, agua y brisa, amor y dolor…ser vida.


Dancemos por el camino liberándonos a través del movimiento de los pesares, de las desilusiones y creando con cada inhalación una existencia digna de ser escrita.

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Mónica Velásquez

Vivir en monotonía es una elección, pero no la mía. 

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