Mi nombre, mi voz
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Estoy iniciando mi segundo semestre en Danza y tuve la primera clase de una materia cuyo nombre es “Voz y movimiento”, que tiene más el enfoque de un laboratorio. En ella, empezamos a entender como la voz nos atraviesa, influencia, invade y afecta. El llamado del maestro es a la constante exploración, la búsqueda, la escucha, la reflexión y la proyección.
La voz, dijo mi maestro, es en sí misma, movimiento.
Ella reverbera dentro de nosotros, nos activa, calienta y golpea. Es tan poderosa que puede hacernos sentir en implosión, cuando no podemos expresarnos a través de ella. Nos asfixia cuando debemos silenciar el dolor, la tristeza, e inclusive la misma felicidad. Depende del tono y la intensidad nos brinda información diferente asociada a las emociones de quien la usa.
Es un arma increíblemente poderosa.
Vuelvo al porqué de este escrito…
Uno de los ejercicios de aquella clase consistía en caminar por el salón repitiendo nuestro nombre, variando las entonaciones, velocidades de pronunciación, etc. Lo podíamos decir audiblemente, susurrar o gritar, de manera continua. Entonces, iniciamos a vivir la extraña y sobre todo nueva experiencia, un poco expectantes (por lo menos yo); pero a medida que emitía la composición sonora de mi nombre algo empezó a suceder.
En las primeras repeticiones era “Mónica diciendo Mónica”, cómo una niña repitiendo las tablas de multiplicar sin entender de dónde salen los números resultantes. Luego de no sé cuántas veces, que no solo salía de mí aquel sonido, sino que además a su vez entraba por mis oídos como la resonancia de un eco interminable, donde la acústica del lugar le brindaba a cada emisión una personalidad diferente, sucedió la magia.
Como si emergieran de la brisa misma llegaron a mí aquellas voces; todas cual avalancha de recuerdos sonoros gratos, haciéndome sentir que no estoy y nunca he estado realmente sola.
La voz de mi madre, mis hermas, mi padre, mis sobrinos, mi pareja, abuelos, tíos, mis amigos, mis amigas, mis profesores, vecinos, compañeros del colegio y la universidad, mis colegas, mis yo misma, en diferentes etapas de mi vida.
Fue como si todas aquellas personas que están y estuvieron en mi vida, me acompañaran en aquel momento. Y algunas voces entonces, traían rostros que aparecían y se esfumaban, dando paso a la siguiente. Mis vivos, mis muertos, yo misma de niña y adulta.
Pasó pronunciando mi nombre mi abuela Nena en la cocina fría y tosca de su casa en Medellín. Mi madre cuando me abraza y consciente mi espalda como exorcizándome de los demonios y las malas energías. Mi hermanita Erika diciendo que soy su hija mayor. Mi hermanita Sandra recordándome que me ama y deseándome una linda semana. Mi hermanita Marleny, sirviéndome sus deliciosos frijoles con chicharrón en diciembre. Mi pareja, acariciándome el rostro y diciéndome que a pesar de los años juntos le sigo cayendo bien, y su mamá sirviéndome el arroz que tan rico le queda. La voz del presentador de aquella competencia de danza donde fui solista. El rector de la UNET llamándome al estrado para recibir mi título de ingeniera. Algunos amores que se llevaron parte de mi corazón y muchos de mis besos. Mis grandiosas amigas regañándome por desaforada e imprudente. Mi mejor amigo llamándome de USA cuando éramos adolescentes. Mi voz, mirándome frente al espejo y recordándome que si podré.
Ahora comprendo lo que mamá me enseñó de niña. Ella decía y dice que el sonido más grato para una persona es el de su propio nombre; que tenemos un sensor auditivo especial agudizado para ello, y tiene toda la razón.
Fue una experiencia realmente conmovedora. Estuve a punto de llorar de la emoción, pero por fortuna, el maestro cambió el ejercicio.
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