Por unos segundos me enamoré
Son las 18 horas del 18 de julio del 2023, dijo el computador del Transmilenio en el que iba de regreso, mientras pensaba en escribir esto. Mientras tecleo imagino que estará haciendo el hipotético lector de este texto cuando decida pausar para leer estas líneas.
Iba como siempre a la carrera en dirección a la estación Pepe Sierra para ser más específica y bordeaba un parque pensando en la terapia que cancelé a las 7:00 de la mañana porque me acosté pasadas las 3. Mis audífonos vibraban al rock de Caramelos de Cianuro mientras, además, reflexionaba sobre mil cosas: el fortalecimiento que debo hacerle a mi rodilla derecha, el sobrepeso que siempre llevo en mi maleta, cómo hallar el tiempo para mis nuevas terapias del hombro y en el cómo será el nuevo trajín al comenzar 6to semestre.
Un medio día de sol con lluvia, de esos que solo reflejan la ambivalencia característica esta congestionada y capitalina ciudad. Una marcha definiría mejor mi manera de andar, siempre que voy sola por la calle. A toda mecha, con pisadas firmes.
Y en esas estaba cuando su movimiento insistente me hizo voltear la mirada hacia la izquierda. Intenté mantener mi ritmo, no darle importancia, pero no pude. Cuatro pasos adelante me detuve y regresé sigilosa. Confieso que estaba maravillada, asombrada por su danza. No era la primera vez que veía uno de los suyos, pero es que me siguen asombrando.
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Veloz y ligero como si de un acto de levitación se tratara. Era sencillamente magnífico, poético. Él no percibió peligro en ni cercanía, yo respeté también su espacio, su actuar. Él se deleitaba graciosamente y con la precisión de un cirujano extraía el elixir de aquella flor que se lo entregaba con placer, dulzura y satisfacción.
Juro que no iba con tiempo de sobra. Era mediodía y el sol amenazaba un poco con su presencia imponente pese a las gotas juguetonas que se entrecruzaban descendiendo en el viento. Yo no iba con tiempo de sobra, pero él llamó mi atención y me obligó a deshacer unos cuantos pasos.
Saqué mi celular e intenté filmar su movimiento fugaz, efímero, sostenido. Yo no iba con tiempo de sobra, pero me sedujo. Y por unos instantes quise retrasar el andar implacable del reloj. Luego de verle besar 3 flores más, se fue.
Él siguió danzando y con una cadencia grácil se fue desapareciendo de mi vista y mi lente sin sentimiento alguno, desvaneciéndose en la distancia sin un adiós, sin darse cuenta de que sus alas cambiaron el aire que yo respiraba.
Yo no iba con tiempo de sobra, pero por unos segundos me enamoré de un colibrí.
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