Yo, el otro, el entorno
La danza, como un libro dice mi maestro David, está compuesta por 3 capítulos fundamentales y todos se basan en el cómo nos relacionamos.
El primer capítulo es el Yo.
La invitación constante a la autobservación, la autocrítica, el autocuidado, el amor propio. Mi relación conmigo misma es absolutamente fundamental, para lograr mis objetivos en la vida y en la danza. Detenerme de cuando en vez y abrazarme (física y metafóricamente hablando), agradecerme, alimentar mi cuerpo, mi mente y mi espíritu con cosas colmadas de sentido. Sentirme. Reconocer la fluidez del aire que entra, me recorre danzando y sale con microfragmentos de mi esencia entregándoselos al universo. Yo, desde la infinidad de posibilidades y mis limitaciones. Yo, desde lo holístico y lo banal. Yo, desde la redondez de mi cuerpo y la gravedad que me hala. Yo, desde mis anhelos y mis encuentros, mis demonios y mis ángeles, mis rincones oscuros y mis ventanas de luz. Yo, desde lo que soy y lo que anhelo ser.
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Segundo capítulo, el otro (otra, otre).
Entendiendo la existencia, la presencia y la importancia del otro, para el inicio de una relación que puede ser tan cambiante como la vida misma. El otro, que me entrega su “estar” mientras también está en su desarrollo mismo. El otro, con el que voy danzando con su permiso o sin él, puesto que algunas veces “resisto para dejar existir” y él hace lo mismo a ratos. El otro, que vibra, se mueve, se traslada, crea, me mira algunas veces y muchas de esas veces me logra ver. El otro, quien también está con sus afanes, con su hambre, con sus cayos y lesiones, con sus temores y ápices de valentía intentando coexistir y buscando tocar sus anhelos. El otro, que aún sin saberlo me complementa, me enriquece, me transforma, me atraviesa, me da y me recibe, me enseña. Me permite ser uno con él, con su esencia, sus movimientos, sus miradas, su estar.
Tercer capítulo, el entorno.
Habito y me habita. El entorno existe por mi presencia y viceversa. Es, está, vibra, es cambiante, dinámico, tan caótico y poético como yo misma. Me baña y me permite permearlo. Me consiente atravesarlo. Mi realidad se convierte en la suya por instantes, por momentos. Nos entregamos unos cascajos de vida totalmente irrepetibles, únicos, efímeros y hermosos. Lamentablemente la mayoría del tiempo no nos reconocemos, no nos exaltamos, no nos damos una mirada detallada. Todo lo que en él es, es en mí. Indiscutible, esquivable, ineludible. Somos uno, con el amanecer y el árbol, con el salón y la silla, con la música y el silencio, con el movimiento y la pausa, pero también soy solo yo, yo misma dispuesta, atenta.
No existo sin estos 3 capítulos. No puedo, no debo olvidar que estoy en ellos y ellos en mí. Danzo con ellos, sintiéndoles, viviéndoles, amándolos.
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